miércoles, 28 de septiembre de 2011

Entrevista a Valentín Trujillo, pianista y arreglador Por Marisol García (enero 25, 2008)

«Antes de salir del colegio yo ya dirigía conjuntos, orquestas. Pero igual me preguntaban: “¿Y cómo te vas a ganar la vida?”».


 

Su madre solía decir «donde hay un piano entra la cultura», y entonces la infancia de Valentin Trujillo tuvo una familiaridad con la música como la de otros niños con el deporte o el computador. A los 4 años ya tocaba piano de oído; y, a los 7, se integró a clases en el Conservatorio. A los 9 años, recibió sus primeras ofertas de trabajo como pianista.
Y así como precoz fue su oficio, también tempranamente supo Valentín Trujillo qué rumbo debía seguir su estilo de interpretación. «Tocando Para Elisa no me iban a contratar en las radios», ilustra, «entonces la opción por la música popular fue bastante… espontánea. No tuve que pensarlo». Esa naturalidad en el cruce entre géneros determina hasta hoy su distinción como intérprete: Trujillo es un pianista cómodo en un salón de conciertos y en set de televisión; leyendo partituras y recordando de oído una buena melodía de películas. Su rumbo no lo ha guíado el dogmatismo de la escuela docta (palabra que detesta), sino el ejemplo de intérpretes igualmente desprejuiciados, como Cole Porter, Irving Berlin o George Gershwin. Nos muestra una foto suya en la tumba del compositor de “I’ve got a crush on you” y no se esfuerza por esconder su admiración:
—Gershwin no tuvo ningún estudio académico, y tal vez por eso no está acá en los planes de estudio del Conservatorio. Pero olvidan que dentro de esos refugiados que llegaron a Estados Unidos escapando de la guerra, llegó un profesor que había sido alumno de Brahms. Mire: A los genios, aunque no hayan estudiado, aunque tengan todo en contra, aunque hayan crecido en Tontilandia… nadie los puede atajar.
—¿Ha conocido genios?
—Arrau. En Chile se demoraron en darle el Premio Nacional porque no tenía una formación académica, siendo que en todo el mundo se coincidía en que era uno de los mejores pianistas del mundo.
Hace poco alguien volvió a preguntarle por qué malgasta su talento en la música popular. Ya ha perdido la cuenta de cuántas veces ha escuchado la odiosa frase.
—A la edad que tengo, no tengo dudas de que he sido más útil para la música popular que lo que pudiera haber sido como un pianista regular de música selecta.
—¿Por qué?
—Porque ha sido mucho más continuado. Mire: en todas las artes hay grandes cosas y otras espantosas. En la música no es tan fácil pasar gato por liebre: se reconoce rápido cuando algo no es bueno. La música popular es una gran música. Hablan de «arte menor» con un tono peyorativo. Es una especie de clasismo, de pendantería, que aleja la música. Ningún compositor de música selecta en Chile ha tenido el nivel de alguien como Osmán Pérez Freire. Su “Ay, ay, ay” lo cantan los mejores tenores del mundo.
Muchas de sus decisiones profesionales tuvieron que ver con circunstancias económicas. Se dio cuenta joven que ser intérprete rendía más que la composición. A los 16 años de edad comenzó a acompañar orquestas, primero junto al jazzista Lucho Aranguiz y luego en grabaciones de Vicente Bianchi. Los turnos en hoteles lo mantuvieron ocupado durante su juventud, con trabajos estables en los pianos del Carrera y el Wardorf, y en el salón Goyescas.
—Fui un músico joven bastante conocido, lo cual me llevó a estar, desde muy joven, a cargo de conjuntos. Confiaban en mi criterio.
Como arreglista del sello Odeón, Valentín Trujillo se involucró en grabaciones muy significativas de la época, las cuales abordó con ambición. No se complica con el calificativo de vanguardista. «Siempre me consideraron bastante moderno para tocar el piano y hacer arreglos», dice.
—La que creo que recibió mayores beneficios en ese sentido fue Cecilia. Cuando le hice al arreglo de “Dilo calladito”, de Ariel Arancibia, ya eran famosos los coros de Ray Conniff, y entonces hice una simulación. A los Carr Twins les apliqué una novedad que posteriormente se difundió por Stevie Wonder, y a “Vida mía” le puse armónica.
—Era una generación de gente talentosa pero también una época en que ese talento parecía fomentarse más que ahora.
—Claro, en ese tiempo venía Pedro Vargas a Chile y grababa canciones de chilenos. Grabó canciones de Pancho Flores, de Vicente Bianchi (“Amanecer”, que es una hermosura). Guardando las proporciones, es como si viniera Luis Miguel a buscar composiciones chilenas.
Un disco suyo de 1966 fue el primero en entregarle un LP de plata a un arreglador de orquesta en Chile. Los Huasos Quincheros (en el clásico bolerístico Nosotros), Los Cuatro Duendes, Rafael Peralta y Luisín Landáez fueron otros de los músicos a los que asesoró, incluyendo, además, a su hermano Fernando, con quien mantuvo alrededor de esos años un exitoso dúo. En los años 60, dirigió “El show eferverscente Yastá”, uno de los últimos grandes shows radiales.
—Después de 1973, no preguntes por qué, tuve 17 años de silencio. No es que se me haya olvidado tocar el piano o hacer arreglos, simplemente dejé de grabar. Fue un período larguísimo, que yo estimé bastante injusto.
Otras veces se ha referido Trujillo a esos duros años de discriminación política, salvados sólo gracias al puesto que se ganó en “Sábados Gigantes”. El pianista es un militante socialista convencido y disciplinado, que guarda textos teóricos en su escritorio y asegura «haber pasado» por El capital de Marx cuando correspondía.
«Es que mis amigos eran comunistas destacados. En 1952 integré un comité radial allendista. Me eligieron presidente, pero le cedí el lugar a Mireya Latorre, porque yo apenas tenía 19 años y ni siquiera tenía entonces derecho a voto. El que no fue socialista cuando joven, algo le faltó. Bueno, yo sigo equivocado».
—¿Qué cree que vio Don Francisco en usted?
—Tengo una memoria enorme, que me permite improvisar casi con caulquier cosa porque tengo muchas canciones acumuladas en la cabeza. Me gusta, además, la música popular. Ahora, ha sido un respeto y una admiración mutuas. Es un hombre que despierta confianza, un animador totalmente atípico, con una inteligencia superior y una capacidad de manejar modestamente esa inteligencia. Hay un dicho que circula hace tiempo en Canal 13: Si ves a Mario tirándose por la ventana del octavo piso, tírate detrás suyo: hay plata. Es un excelente animador, pero también un extraordinario comerciante. Pero yo nunca participé de sus negocios, nunca le pedí nada y él me dio ¡todo! Todo, todo, todo: los cariños más intensos, que jamás patrón alguno pudo haberme dado.
—¿Faltan productores y arregladores en Chile? Su trabajo es fundamental para el desarrollo de una industria.
—Bueno, hubo una pérdida lamentable que fue la de Nino García. Si se hubiera contado con un ambiente en el que se comprendiera que cuando un hombre tiene un gran talento no es igual a los demás, cuando expulsan a Violeta Parra de la escuela porque andaba despeinada… cuando logren entender que esa gente de talento superior, no es igual a uno. Los músicos no somos angelitos, tenemos un humor tremendo, incluso he escuchado a varios humoristas diciendo que están atentos a las tallas de losmúsicos para adaptarlas. Ninguno está en la farándula, no porque sean candidatos a cardenales, sino que porque no les gusta.
«Una vez el gerente del hotel Carrera tenía una celebración en su casa y necesitaba un pianista. Consiguió uno que le cobró bien caro. “¿Pero cómo me cobras tanto, hombre? Valentín Trujillo cobra cinco veces menos”, le dijo. Y el otro le respondió: “Si, pues. Pero es que a él tocar piano no le cuesta nada”».
—Nunca tuvo dudas de que su talento lo iba a sostener económicamente.
—No tuve ninguna duda. Cuando mis compañeros se preparaban para el bachillerato, a mí me preguntaban qué iba a hacer. «Músico», les decía. De algún modo, ya lo era. Antes de salir del colegio yo ya dirigía conjuntos, orquestas. Pero igual me preguntaban: «¿Y qué vas a estudiar? ¿Cómo te vas a ganar la vida?». Yo nunca estaba desocupado. Recuerdo haber terminado mi trabajo en el hotel Carrera un 31 de mayo, y haber debutado en el Waldorf el 1 de junio.
—Contaba con un apoyo familiar excepcional para estar tan ocupado desde tan joven.
—Sí, hoy me doy cuenta de que sin el apoyo de la familia hubiese sido imposible. Pero si tú me preguntaras qué haría de nuevo, no sería mentiroso como esos que dicen: «Le daría más tiempo a la familia». No: haría lo mismo. Un yerno me definió una vez: «Él tiene su mundo, pero invita a su mundo». Eso es. Mi mundo está abierto. Salvo cuando estoy viendo un match de boxeo [sonríe].
Se casó en 1957 con una mujer con nombre de ópera, Aída. En su primera salida al extranjero, en Buenos Aires, la llevó primero a la radio a escuchar tango, y luego al cementerio de Chacaritas, a la tumba de Gardel. «Esa noche la llevé al Luna Park: había box».
—¡La llevó del cementerio al box! Esa mujer estaba enamorada.
—Sí, era como para divorciarse, jajaja.
Ex presidente de la Federación Chilena de Boxeo, Valentín Trujillo fue jurado de box y corresponsal de la revista argentina Knock out mundial. Mantiene, además, una colección extensa de películas del género.
—¿Como One million baby?
—No, no: películas de peleas de verdad. Yo no pude ver más que media hora de Rocky: es una lata. Lo que me gusta es ver peleas clásicas.
Con Valentín Trujillo se habla a saltos. O a veces no se habla, porque prefiere responder sobre el piano.
—Ray Charles, ¿le gustaba?
No responde. Para qué. Se pone a tocar “Georgia on my mind”.
—¿Y Henry Mancini?
Silencio. Suena “Moonriver”.
Más tarde contará que le debe gran parte de su técnica al propio Mancini, de quien admira, entre otras cosas, el humor implícito en sus melodías y su entereza para soportar el desprecio de los compositores “selectos” (palabra que él pronuncia con desdén).
Para ejemplificarlo no hablará. Los dedos al piano, y suena “La pantera rosa”.

 

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